Com cada any, mirem i revisem els textos i llibres de les Maletes Viatgeres, i si mentre fem aquesta tasca ens apareix un d'aquells textos que mereixen ser compartits ho fem. Tal és el cas d'aquesta entrevista, feta ja fa uns anys per La Vanguardia, al professor de psicologia de Harvard, Tal Ben Shahar, que amb un somriure amable ens explica que no s'ha de mitificar l'èxit, sino viure com a ésser humà amb humiltat i sense haver de demostrar res a ningú.
Tot i que aquest article estarà a les Maletes Viatgeres adreçat als familiars adults dels infants de l'escola, donat que ens ha semblat molt interessant i reflexiu, us el deixem en aquest post i també us recordem que el podeu trobar a la Contra de La Vanguardia.
Como cada año, miramos y revisamos los textos y libros de las Maletas Viajeras, y si mientras hacemos esta tarea nos aparece uno de esos textos que merecen ser compartidos lo hacemos. Tal es el caso de esta entrevista, realizada ya hace unos años por La Vanguardia, al profesor de psicología de Harvard, Tal Ben Shahar, que con una sonrisa amable nos cuenta que no se debe mitificar el éxito, sino vivir como ser humano con humildad y sin tener que demostrar nada a nadie.
Aunque este artículo estará en las Maletas Viajeras dirigido a los familiares adultos de los niños de la escuela, dado que nos ha parecido muy interesante y reflexivo, os lo dejamos en este post y también os recordamos que se puede encontrar en la Contra de La vanguardia.
LA VANGUARDIA / LA CONTRA
Tal Ben Shahar, profesor de Psicología
Positiva en la Universidad de Harvard
"Dese permiso para ser humano"
Tengo 40 años: no perderé ni uno más en
tratar de ser perfecto. Nací en Israel: ojalá viviera más el presente y menos
la eternidad. Contra el egoísmo, la familia. Sea humilde y estará orgulloso de
no tener que demostrar nada a nadie. Publico 'Felicidad' y colaboro con HSM.
14/06/2011
LLUÍS AMIGUET
Campeón del fracaso.
Ben Shahar me parece un tipo reconcentrado,
propicio a la obsesión e incapaz de autoindulgencia, pero dispuesto a dejarse
enseñar –a tortazos tal vez– por la vida.
La gran lección de hoy es que el mayor éxito es llegar a ser
persona. Me cuenta cómo intentó ser
campeón del mundo de squash con dos consignas irrenunciables: “Nada sustituye
al trabajo duro” y “Cuanto mas trabajo, más éxito tengo”. Entrenaba más horas y más duro que su amigo
campeón del mundo, Jansher Khan. Su
tontería juvenil acabó en lesión múltiple por fatiga muscular, pero le vacunó
contra el perfeccionismo machacón y le condujo hacia la psicología positiva
–llámenle sentido común–, que comparte con nosotros.
Cuando empecé a enseñar Psicología Positiva
en Harvard, un estudiante me dijo: “Me fijaré en usted y si le veo siempre
feliz, me matricularé en su curso”.
Un chico listo.
¿Usted cree? Le contesté que si me veía
siempre feliz, era porque o yo era un psicópata o estaba muerto. Porque sólo
los psicópatas y los muertos no sienten nunca envidia, tristeza, dolor,
celos... Y nunca fracasan.
¿Qué enseña usted,
entonces?
Dese permiso para ser humano... ¡Verá qué
alivio! Sólo cuando deje de negar errores y de bloquear las emociones negativas
permitirá que le afecten también las positivas.
¿Por qué cree que
negamos el error?
Nos educan en la mitificación del éxito.
Palabra
vendelibros.
Los padres presionan a sus hijos para que
triunfen tras haberse machacado a sí mismos: si no han triunfado, es que no han
trabajado bastante. Y nunca es bastante. Yo mismo me torturé la juventud con
dos frases: “Nada sustituye al trabajo duro” y “Cuanto más trabajo, más éxito
tengo”.
Están de moda; con
el sufrimiento.
Pues conducen a la mentira del
perfeccionismo. La verdad es que si quieres triunfar más, debes empezar por
fracasar el doble y para ello debes comenzar por asumir las emociones que la
derrota lleva aparejadas.
¿Cómo?
La vida es una sucesión de fracasos para
poder tener algún éxito. Y la paradoja es que cuando aceptas el error, el
dolor, la soledad; y las emociones que provocan: el odio, la tristeza, la
envidia, los celos, la frustración...
...
Y los dejas fluir sin intentar suprimirlos,
sólo entonces dejan de ser tus emociones, para ser sólo emociones. Así se
disuelven.
Por ejemplo.
Es mera terapia cognitiva. Supongamos que
tiene pánico a hablar en público...
¿Qué sugiere?
Usted interpreta el público –hecho– como
amenaza –pensamiento– y reacciona con –sentimiento– ansiedad. Acepte esa
ansiedad; déjela fluir y no intente reprimirla.
Pero me seguirá
paralizando igual.
La naturaleza para ser gobernada antes debe
ser obedecida. Dele curso y llegará a interpretar al público como gente que le
quiere y escucha hasta lograr frenar la ansiedad.
¿No se trata de
evitar que afecte?
Eso déjeselo a Clint Eastwood. Usted dese
permiso para ser débil. Ser positivo no es ignorar o quitar importancia a la
realidad, sino aceptarla. Y asumir sus emociones.
Cuanto menos
afecten, mejor.
Al revés: negar las emociones desconecta de
la realidad. Por eso, cuando usted sea consciente de que ha fracasado y que ha sido
vanidoso, egoísta, celoso o traidor...
Vale, ya le capto.
No se conforme con pensarlo usted: no sirve.
Dígaselo a alguien. Y si no tiene a quién confesarse, escríbalo. Pero...
¡Expréselo!
Por ejemplo.
Muchos hombres se niegan el derecho a ser
cobardes o a cualquier otra emoción. En nuestra cultura el hombre que siente es
un sentimental, o sea, débil: menos hombre.
¿Y ellas?
El pecado emocional de ellas suele ser negar
el enfado. Les parece poco femenino pillar un buen cabreo... Y que se note.
Con lo a gusto que
te quedas.
Cuando despiden del trabajo a uno de mis
pacientes, le hago escribir un “diario del cabreo del parado” para expresar lo
humillante que es que prescindan de ti; lo inútiles que son muchos de los que
se quedan.
Un desahogo.
Relaja más chillárselo a los jefes, pero
aunque sea tarde, que lo expresen. Los parados que se manifiestan, maduran,
crecen, se distancian de su emoción y se ponen en mejor posición para encontrar
empleo después.
O no.
O no, pero tendrán más autoestima y realismo
para juzgar un sistema incapaz de repartir la prosperidad a través del empleo.
Y serán capaces de organizarse para cambiarlo.
Es más fácil
instalarse en la mentira.
En el hospital de Harvard verificamos si los
equipos mejoraban resultados con las condiciones de efectividad de Hackman.
¿Y...?
Pues no mejoraban. Sólo comprobábamos esa
mejoría en los casos de vida o muerte.
¿Por qué?
Porque no podían ocultar las negligencias que
provocaban muertes, pero las demás las tapaban para “proteger al equipo”.
Así que no se
corregían.
Hicimos que se comunicaran todos los errores
menores y –después sí– verificamos que los equipos que las cumplían rendían
más.
Los que tapan
errores suelen ascender.
Sólo en organizaciones perfeccionistas, ergo
mentirosas. En las organizaciones maduras, los errores no son fallos para
culpar a una persona, sino oportunidades de todos para mejorar el
funcionamiento del equipo.
¿Un optimista es
un pesimista mal informado?
Yo prefiero ser optimalista y aspirar a casi
todo, para al fin saber disfrutar con casi nada. Hoy sabemos que la felicidad
no es la culminación del éxito, sino sólo su inicio.
¿...?
Las personas que asumen la realidad –que son
sólo humanos– no aspiran a ser el más listo, guapo o rico, sino que aprecian lo
que ya son. Y son más felices. Y, a partir de ese bienestar, suelen tener
éxito.